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Carmen Ubeda Gómez, Carmencita

Emigrante, costurera, prisionera en la guerra del Rif. Cupletista.

Almería (Barrio Alto) 1905 – Barcelona


Retrato de la almeriense en el apogeo de su carrera como cupletista y tonadillera.


La cautiva almeriense de Abd-El-Krim

Sufrió el asedio de Zeluán y fue esclavizada por un cadí rifeño.La historia olvidada de la almeriense Carmen Ubeda es la de una jovencilla del Barrio Alto que emigró con su familia al Norte de Africa.

16/07/2017, 12:17 Manuel León

http://www.lavozdealmeria.es/Noticias/134267/2/La-cautiva-almeriense-de-Abd-El-Krim Página vista el 17072017

Esa mañana del 25 de julio de 1921, a una bordadora almeriense del Barrio Alto le desgraciaron la vida con 16 años. No estaba en su ciudad nativa, sino al otro lado del Mediterráneo, bajo un sol cegador que masacraba las palmeras, en una ciudad llamada Zeluán que estaba a punto de sucumbir a las bayonetas del caudillo rifeño Abd-El-Krim. Sin saberlo, Carmencita Ubeda Gómez, que así se llamaba, estaba haciendo historia, como una víctima más del patoso ansia colonial español en el Norte de Africa.

Acababa de producirse el Desastre de Annual donde 13.000 soldaditos españoles, entre ellos muchos almerienses, perdieron la vida. Muchos de ellos -hijos de labradores de Tabernas, de jornaleros de Carboneras o de esparteros del Campo de Níjar- fueron rajados en canal y calcinados por las kábilas.

Como una addenda de ese episodio trágico de la historia militar española, 400 compatriotas resistían, en la Alcazaba de Zeluán, una ciudad de 25.000 habitantes al lado de Nador, al mando del oficial Carrasco. En esa Sagunto africana, a punto de caer después de una semana de asedio, donde su padre administraba un estanco, estaba Carmen, con sus familiares, auxiliando a los heridos, dando de beber a la tropa, ajena a lo que se le venía encima. Cayó Zeluán, sin víveres, sacrificando caballos, y no tuvieron clemencia los moros, como no la tuvieron antes los legionarios españoles de Millán Astray y después en el Desembarco de Alhucemas. (Uno de los pocos reporteros de la época que se atrevió a entrevistar a los líderes rifeños, a cuestionar, desde la equidistancia, la supuesta legitimidad española en el Norte de Africa, fue Luis Oteyza, a quien acusaron de antipatriota).

Abd-El-Krim y sus hermanos se hicieron con la ciudad hasta llegar a Nador y mataron sin piedad a golpe de alfanje a militares y civiles, entre ellos muchas mujeres y niños.

Carmen Ubeda fue raptada  y formó parte de una cuerda de más de 300 presos que dio con sus huesos en la prisión de Axdir, junto a la playa de Alhucemas. Durante 18 meses sufrió cautiverio esta almeriense olvidada, violada y ultrajada por sus carceleros todas las veces que quisieron, alimentándose de roedores y acordándose de sus días felices de la niñez en la Calle Real del Barrio Alto donde nació el 2 de mayo de 1905.

Su historia es la de tantas familias almerienses que tuvieron que emigrar a principios de siglo buscando un futuro mejor. Su padre se llamaba Miguel Ubeda Torres y era vigilante de arbitrios en una vieja caseta de la Carrera de Montserrat. Su madre, Francisca Gómez Orta, era una hábil costurera, y regentaba un taller donde se le acumulaban los encargos. Carmen le ayudaba con animosidad en la confección de ajuares de novia, mantoncillos de talle, pañuelos y mantelerías, mientras embobaba a sus vecinos cantando coplas con una voz, decían, de ruiseñor.

A pesar de que salían adelante, con apreturas eso sí, el padre sabía de los prósperos negocios que habían emprendido unos familiares en Melilla y con cierta gana de seguir sus pasos, se trasladaron a la otra orilla. Además de un estanco en Zeluán, el cabeza de familia se empleó en la Relojería Alemana de Melilla como dependiente y su hija Carmen, ya con novio militar, como mecanógrafa, quien tenía tres hermanos más nacidos en Almería y otros tres que nacieron en su nuevo destino.

La madre abrió un nuevo taller y volvió a cosechar nombradía entre las familias melillense por los buenos acabados de sus bordados. Toda esa apacible vida de los Ubeda almerienses en el Africa colonial, todo ese cañamazo de prosperidad soñada que iban alcanzando con tesón, se vino abajo de golpe ese día de julio de 1921. El padecimiento de Carmencita esos días, como paradigma de esos presos españoles en Africa, dio la vuelta a España, como si fuera un folletín de Galdós, pero real, no de ficción. Se habló de que un cadí moro llamado ‘El Francés’ se encaprichó de la almeriense que la convirtió en su esclava y abusó de ella cuanto quiso hasta trasladarla de prisión en prisión. Los dueños de la Joyería Alemana intentaron pagar un rescate que no consiguieron. Cada día era como un año en esa mazmorra, comiendo tortas de cebada y durmiendo en un estrecho jergón. Periodistas como Teresa Escoriaza y su paisana Colombine se interesaron por su padecer y desde la opinión pública de la época se iba presionando al Gobierno y a Alfonso XIII para que consiguieran la liberación de los presos.

Llegó tras año y medio de cautiverio gracias a la mediación del empresario bilbaíno Horacio Echevarrieta, bien relacionado con las kábilas rifeñas por sus negocios mineros y navieros en la región. Abd-El-Krim, después de tortuosas negociaciones, accedió a liberar a la almeriense  y al resto de presos a cambio de cuatro millones de pesetas pagadas en duros de plata.

Llegó Carmen a Melilla, junto a sus compañeros de cautiverio, retratada por el afamado Alfonso, a bordo del barco Antonio López, un 30 de enero de 1921, famélica, cerúlea, convertida de golpe en adulta. Allí en el puerto le esperaba su familia y su novio Jorge Dumas, con el que no se casó la heroína de Zeluán.

En lo que se convirtió Carmen, unos años después, fue en una célebre cupletista, tras actuar en una gala benéfica de la Cruz Roja de Melilla. En Barcelona cosechó éxitos en El Paralelo como tonadillera cañí, con canciones como La Canastera, Banderita roja y gualda o Claveles de España, con un tono de voz similar al de Raquel Meyer, decían las crónicas. En Almería debutó en agosto de 1925 en el Teatro Cervantes ante cientos de paisanos que la aclamaron. En 1928 se casó con Tomás Rodríguez, un profesor de piano, y se retiró de los escenarios, terminando sus días en la Ciudad Condal.


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